Se sienta
Se siente
Aunque usted no lo crea
Sexagenaria
SexoGenaria No
Leé bien
Y así y todo
CenilSienta
Sí. Como desde siempre
Que la vida puede empezar ahora
Mientras escribo
Después, qué importa del después
Dice el tango
SEG
o cuando las certezas se caen de la boca
Se sienta
Se siente
Aunque usted no lo crea
Sexagenaria
SexoGenaria No
Leé bien
Y así y todo
CenilSienta
Sí. Como desde siempre
Que la vida puede empezar ahora
Mientras escribo
Después, qué importa del después
Dice el tango
SEG
Anduve sin registro por siglos
Conduje autos hasta por carreteras internacionales, sin registro
Me detuve un día a mirar el aire
a escuchar el aletear de las abejas
a entender de qué hablan las ballenas cuando llegan al sur
Un día
No hace mucho más de diez años
empecé a registrar que la vida puede ser más que vivir
Que es sentir el día a día
El borboteo febril y antojoso
del aire que pisamos
aquí
entre el corazón
y los ojos
SEG 10042024
Para
no escucharte nunca más
Y yo sola con mis voces, y tú tanto
estás del otro lado que te confundo
conmigo.
Alejandra Pizarnik
Acaso alguien puede describir
cómo se aman dos mujeres. Más allá de cualquier sortilegio o fantasía, las
mujeres nos amamos como nos amamos.
«¿Cómo hará para
besar con semejante nariz?»
Me dije al conocerla esa mañana de noviembre. Salir del closet, del armario, coming out.
Estuve por casarme con un buen muchacho honesto, trabajador
y pintón, que venía con el paquete armado para el evento. Yo era hija única,
alumna del colegio de monjas en mi pueblo. Era
el 83. Estaba recién mudada con mi familia a la Reina del Plata. Con tanto cine
Cosmos, flasheos de libertad y levantes culturales y parakulturales, se me abrió la cabeza. Y en medio del desembarco
llegó el muchacho bueno y trabajador, y etcétera. A punto de concretar el
compromiso, decidí buscar un nuevo trabajo. Porque después sabría que mantener
a alguien, o al menos a un tipo, no era lo mío. En noviembre del 85 salí al
ruedo hacia una nueva entrevista. Me saludó una mujer de cabello largo,
grueso y negro, con un tono de piel verde oliva, y unos terribles ojos negros.
—¿La gerente de la empresa? Está en una reunión —dijo la que sería
mi futura novia. Me miró, me sonrió y ahí morí de amor.
Ya para enero Atenea y yo nos habíamos hecho súper amigas. Eso tenemos de jodido las
lesbianas: esa necesidad de disfrazarnos de amigas y que calme la culpa. Eso
creo hoy. En aquellos tiempos, era natural ser amigas previamente. Los años de compromiso lésbico me demostraron que lo natural
es una forma que articula el sistema para ahogarnos mejor.Decidí romper
mi compromiso de casamiento en febrero del 86.
El fulano no resultó ser ni tan bueno ni tan
trabajador como parecía. Encima, intentó pegarme y me la dio en bandeja.
Con Atenea nos veníamos
soltando desde hacía un mes. Palabras más, palabras menos, y desde los gestos.
En marzo, un viernes, fuimos a un recital en Barrancas de Belgrano: cantaba
León Gieco. Esa noche soltamos el cuerpo y lo dejamos a la orilla de la otra.
Fue en mi casa, un caserón de Boedo, pero sin tejas. Mis viejos dormían en el
cuarto de la planta alta. Aún vivíamos con las respectivas familias. Atenea era
una mujer tradicional y de familia judía ortodoxa. Sin embargo, ella me avanzó.
Las dos éramos nuevas en esto. En casa estábamos de refacciones y la mitad del
living se apilaba en mi cuarto, en la planta baja. Llegamos como a las 4 de la
mañana. No habíamos dejado de mirarnos y de estremecernos con cada roce. Y el
65 de regreso que venía lleno nos hizo un favor. Obligadamente apretadas
podíamos sentirnos respirar una encima de la otra. Llegamos encendidas y no
necesitamos luz: la luna entera despeinaba las sombras del patio. Le había
cedido mi cama y yo me había acomodado en el sillón del living, arrimado junto
a ella. Puse una luz tenue, un sahumerio y un cassette de Lionel Ritchie.
Sonaba “Hello”. Ella se acercó y sin palabras, saludó mi boca. Después, sus
manos, primerizas como las mías, buscaron mi piel. No había terminado la
canción y ella ya estaba a lo largo del sillón, a lo largo de mi cuerpo. ¡Ah!
Sí: mi primer amor femenino, aunque con una nariz así de grande, besaba como
una diosa pagana. Nadie dijo que sería fácil, como recita la canción. Nuestra
nueva condición nos jugaba en contra porque era difícil sostenerla ante los
demás. Sobre todo, frente a su familia. Fue más simple terminar. Pero ya habíamos abierto la puerta a un mundo nuevo y no
pensábamos cerrarla. Sabíamos que transitaríamos de ahora en más ese nuevo
camino, aunque separadas, más juntas que nunca. Y
entonces, la vida siguió.
Atenea y yo no
dejamos jamás de ser amigas. Por eso, con cada nueva relación que teníamos, era
un ir y venir de consejos que íbamos entretejiendo juntas, construyendo esas amistades que son como un puente hacia el
arco iris. Así nos sentíamos, férreas, luminosas. Así fue y así es todavía.
Entonces llegaron
los noventa. Con el vibrar de la
nueva década se expandió el Partenón.
Yo había empezado el Profesorado de
Letras y la vi caminando por los pasillos. Devenida diosa fue que un día conocí
a Tesea. Me presenté: Ariadna, y su boca me dio la bienvenida.
A poco de vivir
juntas, Tesea se había tornado insoportablemente controladora. Lo único que en el
último año recordaba de ese amor, eran mis ataques de pánico que cada vez se
hacían más frecuentes. Ni quería regresar a casa. La peor excusa se hacía
brillante con tal de no volver, o de volver
cuando la creía dormida. Pero Tess siempre, pero siempre, me esperaba. O se
despertaba. Desde el inicio había sido así, desde los primeros días de
noviazgo. Sí, días. Porque en menos de un mes ella se había mudado a mi casa.
Aquel primer
sábado de marzo pasó a buscar su mochila, unas cajas, y lo último que teníamos
en común: Klimt, el gato de ambas. Casi en un susurro, le abrí la puerta para
despedirnos. Tess me miró a los ojos, profundamente, en un instante de siglos,
y me dio aquel beso en el hombro. En el izquierdo, el que más le gustaba.
Habíamos terminado después de cuatro años,
tres meses y dieciséis días una relación que pensamos sería para siempre. Yo recordaría
cada instante cuerpo a cuerpo, pero el beso que jamás olvidaría había sido
justamente el último.
Era sólo una parte
infinitesimal de la historia de besos que habíamos tenido, pero sin dudas, era
el que yo más amorosamente recordaba. Tal vez porque me encantaba que Tess
adorara mis hombros, porque justamente, a mí también me gustaban. De joven, mi
piel era casi transparente de tan fina que era. Contrastaba con el marco oscuro y brillante de la piel dura y tersa de
ella.
Se fue. Es cierto
que yo habría terminado con ella de todas maneras, porque ya no había
manera.
Al
día siguiente, abrí los ojos. Mi memoria
era como un rollo de fotos velado. Aún así pude
entender que ese había sido el final. Que ya no volvería. Que tampoco volvería
a tener ataques de pánico. Pero el dolor crecía. Como la máquina de café había quedado encendida, el olor a café quemado se hacía insoportable. La apagué y abrí el refrigerador: cinco naranjas, dos mitades
de limón secas, agua, y mucho, mucho hielo. Era todo. Tomé unos cubos para el
dolor. Intenté un jugo con el exprimidor, que quizá hasta me hacía caso y se
movía silencioso sobre sí mismo. Después, buscando en el fondo de la nada,
luego de lavar la jarra de la cafetera, me pregunté. ¿Y dónde está el café? Esa
y otras preguntas fundantes comenzarían a quemarme el cerebro en breve. ¿Era
acomodar todo de nuevo, otra vez? ¿Así de simple? Definitivamente. Ácida
certeza.
La misma certeza
que acudió al mirarme al espejo mientras cepillaba mis dientes: el golpe contra
el capó del auto había sido contundente.
—No me dejes
—le dije, —te lo ruego.
Ni a mi madre la
lloré así. Pero Tesea no soportaba ya ese llanto de vidrio deshecho en la
voz.
—No te soporto más —dijo al justificar su traición. —Sos
muy dramática. Sos una densa.
Y con su mano
derecha me arrancó los cabellos casi, al terminar de darme la cabeza contra el
capó del auto del vecino. Yo detestaba el escándalo en la calle, pero mucho no
podía ya decir. Tesea aún seguía parada en la vereda con su mochila, las cajas
con libros y Klimt en los brazos. Su nueva amiga en el auto la esperaba oyendo
“Turandot” a todo trapo. Ni siquiera le importó que la viera cuando me empujó
contra el capó del auto del vecino, ni que
viera salir la sangre de mi oído como si el tímpano suspirara.
Un rollo velado, así es su recuerdo.
Ahora Tess haría su escenario de valkirias entre otras piernas. Olía a café.
Era raro no haber escuchado el borbotón del final de la cafetera. La
otra ahora tenía su piel de seda negra entre sus manos. Mi cerebro se
apelmazaba en preguntas. Pero el café era bueno.
Después de todo, como no le gustaba, nunca supo hacer un buen café.
Ni fui al médico
ni al psiquiatra ni me morí. Fui a una psicóloga que se conmovió por todas mis
pérdidas, y eso no me sirve, me dije. Seguí llorando, sufriendo esperando.
Atenea y el resto
de mis amigos supieron estar día a día. Los estudios en el Profesorado hicieron
lo suyo para curarme el alma. El trabajo fue mi talismán y mi coraza. El tiempo
se hizo dureza en la voz y mi cabello empezó a estallar en cenizas. Terminé por
decidirme a enseñar español a extranjeros, esto me dio el aire para seguir
adelante. No me cansa dar clases. Lo haré siempre, me hace ser más yo. En
realidad, no quiero seguir llorando al aire, a la nada. Analizo mis
acciones y mis decires. Quiero saber por qué existe el amor y hace desmanes en
las personas. Eso sí. Estoy pensando en irme de esta ciudad apestada y apestosa,
literalmente. Ver qué hay del otro lado del
mundo. Porque esto es sólo una parte de lo
mucho que me ha regalado enseñar español a extranjeros: el amor a la diferencia,
a la diversidad cultural. Quizá me anime y me vaya a
vivir a China. O a Vietnam.
Vivir, sentir ciudades,
personas, lenguas extrañas, pero que no traicionan. Porque en definitiva las mujeres amamos como amamos.
Sandra Escobar Ginés
Así de etérea
Partiste
Por casi tres años
Fuiste ese toque infinitesimal
que me unía a Mel y a Black
Y día a día
te agradecía tu amor incondicional
y que no me dejaras sola
Llegar a casa
y no verte
es un vacío en los ojos
Es una hondura en el pecho
Pero ya no sufrís
Te adoro, Flor
Gracias Gracias Gracias
SEG260423
ser / estar
casi una abominable oposición
en esto
de ser madre
Se puede estar "de madre"?
Estar hoy y mañana y pasado y después no
Claro
Sabemos que eso es posible
Cuando aprendemos "ser/estar"
el "ser" define "aquello que no cambia"
Pero, se es madre?
Nunca quise "ser madre"
Adopto ser mamá
y construirme
a
diario
SEG 05722
Parir a dos de una
Con el corazón
cuando ya desististe
cuando ya ni creías que podía ser
cuando todo pero todo estaba más allá del impensable
se abre
y las voces
dibujan puertas nuevas en el horizonte
SEG 19012022