lunes, 27 de noviembre de 2023

Para no escucharte más. Cuento publicado por Bocas Pintadas Editorial en la Antología "No soy tu abuela" 2023 . Gracias!!

 

Para no escucharte nunca más


Y yo sola con mis voces, y tú tanto

estás del otro lado que te confundo conmigo.

Alejandra Pizarnik

 

Acaso alguien puede describir cómo se aman dos mujeres. Más allá de cualquier sortilegio o fantasía, las mujeres nos amamos como nos amamos.

«¿Cómo hará para besar con semejante nariz?» Me dije al conocerla esa mañana de noviembre. Salir del closet, del armario, coming out.

Estuve por casarme con un buen muchacho honesto, trabajador y pintón, que venía con el paquete armado para el evento. Yo era hija única, alumna del colegio de monjas en mi pueblo. Era el 83. Estaba recién mudada con mi familia a la Reina del Plata. Con tanto cine Cosmos, flasheos de libertad y levantes culturales y parakulturales, se me abrió la cabeza. Y en medio del desembarco llegó el muchacho bueno y trabajador, y etcétera. A punto de concretar el compromiso, decidí buscar un nuevo trabajo. Porque después sabría que mantener a alguien, o al menos a un tipo, no era lo mío. En noviembre del 85 salí al ruedo hacia una nueva entrevista. Me saludó una mujer de cabello largo, grueso y negro, con un tono de piel verde oliva, y unos terribles ojos negros.

 

¿La gerente de la empresa? Está en una reunión dijo la que sería mi futura novia. Me miró, me sonrió y ahí morí de amor.

Ya para enero Atenea y yo nos habíamos hecho súper amigas. Eso tenemos de jodido las lesbianas: esa necesidad de disfrazarnos de amigas y que calme la culpa. Eso creo hoy. En aquellos tiempos, era natural ser amigas previamente. Los años de compromiso lésbico me demostraron que lo natural es una forma que articula el sistema para ahogarnos mejor.Decidí romper mi compromiso de casamiento en febrero del 86. El fulano no resultó ser ni tan bueno ni tan trabajador como parecía. Encima, intentó pegarme y me la dio en bandeja.

Con Atenea nos veníamos soltando desde hacía un mes. Palabras más, palabras menos, y desde los gestos. En marzo, un viernes, fuimos a un recital en Barrancas de Belgrano: cantaba León Gieco. Esa noche soltamos el cuerpo y lo dejamos a la orilla de la otra. Fue en mi casa, un caserón de Boedo, pero sin tejas. Mis viejos dormían en el cuarto de la planta alta. Aún vivíamos con las respectivas familias. Atenea era una mujer tradicional y de familia judía ortodoxa. Sin embargo, ella me avanzó. Las dos éramos nuevas en esto. En casa estábamos de refacciones y la mitad del living se apilaba en mi cuarto, en la planta baja. Llegamos como a las 4 de la mañana. No habíamos dejado de mirarnos y de estremecernos con cada roce. Y el 65 de regreso que venía lleno nos hizo un favor. Obligadamente apretadas podíamos sentirnos respirar una encima de la otra. Llegamos encendidas y no necesitamos luz: la luna entera despeinaba las sombras del patio. Le había cedido mi cama y yo me había acomodado en el sillón del living, arrimado junto a ella. Puse una luz tenue, un sahumerio y un cassette de Lionel Ritchie. Sonaba “Hello”. Ella se acercó y sin palabras, saludó mi boca. Después, sus manos, primerizas como las mías, buscaron mi piel. No había terminado la canción y ella ya estaba a lo largo del sillón, a lo largo de mi cuerpo. ¡Ah! Sí: mi primer amor femenino, aunque con una nariz así de grande, besaba como una diosa pagana. Nadie dijo que sería fácil, como recita la canción. Nuestra nueva condición nos jugaba en contra porque era difícil sostenerla ante los demás. Sobre todo, frente a su familia. Fue más simple terminar. Pero ya habíamos abierto la puerta a un mundo nuevo y no pensábamos cerrarla. Sabíamos que transitaríamos de ahora en más ese nuevo camino, aunque separadas, más juntas que nunca. Y entonces, la vida siguió.

Atenea y yo no dejamos jamás de ser amigas. Por eso, con cada nueva relación que teníamos, era un ir y venir de consejos que íbamos entretejiendo juntas, construyendo esas amistades que son como un puente hacia el arco iris. Así nos sentíamos, férreas, luminosas. Así fue y así es todavía.

Entonces llegaron los noventa. Con el vibrar de la nueva década se expandió el Partenón.

Yo había empezado el Profesorado de Letras y la vi caminando por los pasillos. Devenida diosa fue que un día conocí a Tesea. Me presenté: Ariadna, y su boca me dio la bienvenida.

A poco de vivir juntas, Tesea se había tornado insoportablemente controladora. Lo único que en el último año recordaba de ese amor, eran mis ataques de pánico que cada vez se hacían más frecuentes. Ni quería regresar a casa. La peor excusa se hacía brillante con tal de no volver, o de volver cuando la creía dormida. Pero Tess siempre, pero siempre, me esperaba. O se despertaba. Desde el inicio había sido así, desde los primeros días de noviazgo. Sí, días. Porque en menos de un mes ella se había mudado a mi casa.

Aquel primer sábado de marzo pasó a buscar su mochila, unas cajas, y lo último que teníamos en común: Klimt, el gato de ambas. Casi en un susurro, le abrí la puerta para despedirnos. Tess me miró a los ojos, profundamente, en un instante de siglos, y me dio aquel beso en el hombro. En el izquierdo, el que más le gustaba.

Habíamos terminado después de cuatro años, tres meses y dieciséis días una relación que pensamos sería para siempre. Yo recordaría cada instante cuerpo a cuerpo, pero el beso que jamás olvidaría había sido justamente el último.

Era sólo una parte infinitesimal de la historia de besos que habíamos tenido, pero sin dudas, era el que yo más amorosamente recordaba. Tal vez porque me encantaba que Tess adorara mis hombros, porque justamente, a mí también me gustaban. De joven, mi piel era casi transparente de tan fina que era. Contrastaba con el marco oscuro y brillante de la piel dura y tersa de ella.

Se fue. Es cierto que yo habría terminado con ella de todas maneras, porque ya no había manera. 

Al día siguiente, abrí los ojos. Mi memoria era como un rollo de fotos velado. Aún así pude entender que ese había sido el final. Que ya no volvería. Que tampoco volvería a tener ataques de pánico. Pero el dolor crecía. Como la máquina de café había quedado encendida, el olor a café quemado se hacía insoportable. La apagué y abrí el refrigerador: cinco naranjas, dos mitades de limón secas, agua, y mucho, mucho hielo. Era todo. Tomé unos cubos para el dolor. Intenté un jugo con el exprimidor, que quizá hasta me hacía caso y se movía silencioso sobre sí mismo. Después, buscando en el fondo de la nada, luego de lavar la jarra de la cafetera, me pregunté. ¿Y dónde está el café? Esa y otras preguntas fundantes comenzarían a quemarme el cerebro en breve. ¿Era acomodar todo de nuevo, otra vez? ¿Así de simple? Definitivamente. Ácida certeza. 

La misma certeza que acudió al mirarme al espejo mientras cepillaba mis dientes: el golpe contra el capó del auto había sido contundente.

No me dejes le dije, te lo ruego.

Ni a mi madre la lloré así. Pero Tesea no soportaba ya ese llanto de vidrio deshecho en la voz.

No te soporto más dijo al justificar su traición. Sos muy dramática. Sos una densa.

Y con su mano derecha me arrancó los cabellos casi, al terminar de darme la cabeza contra el capó del auto del vecino. Yo detestaba el escándalo en la calle, pero mucho no podía ya decir. Tesea aún seguía parada en la vereda con su mochila, las cajas con libros y Klimt en los brazos. Su nueva amiga en el auto la esperaba oyendo “Turandot” a todo trapo. Ni siquiera le importó que la viera cuando me empujó contra el capó del auto del vecino, ni que viera salir la sangre de mi oído como si el tímpano suspirara. 

Un rollo velado, así es su recuerdo. Ahora Tess haría su escenario de valkirias entre otras piernas. Olía a café. Era raro no haber escuchado el borbotón del final de la cafetera. La otra ahora tenía su piel de seda negra entre sus manos. Mi cerebro se apelmazaba en preguntas. Pero el café era bueno. Después de todo, como no le gustaba, nunca supo hacer un buen café.

Ni fui al médico ni al psiquiatra ni me morí. Fui a una psicóloga que se conmovió por todas mis pérdidas, y eso no me sirve, me dije. Seguí llorando, sufriendo esperando.

Atenea y el resto de mis amigos supieron estar día a día. Los estudios en el Profesorado hicieron lo suyo para curarme el alma. El trabajo fue mi talismán y mi coraza. El tiempo se hizo dureza en la voz y mi cabello empezó a estallar en cenizas. Terminé por decidirme a enseñar español a extranjeros, esto me dio el aire para seguir adelante. No me cansa dar clases. Lo haré siempre, me hace ser más yo. En realidad, no quiero seguir llorando al aire, a la nada. Analizo mis acciones y mis decires. Quiero saber por qué existe el amor y hace desmanes en las personas. Eso sí. Estoy pensando en irme de esta ciudad apestada y apestosa, literalmente. Ver qué hay del otro lado del mundo. Porque esto es sólo una parte de lo mucho que me ha regalado enseñar español a extranjeros: el amor a la diferencia, a la diversidad cultural. Quizá me anime y me vaya a vivir a China. O a Vietnam.

Vivir, sentir ciudades, personas, lenguas extrañas, pero que no traicionan. Porque en definitiva las mujeres amamos como amamos.

Sandra Escobar Ginés

sábado, 29 de abril de 2023

Flor al Cielo

 Así de etérea

Partiste

Por casi tres años

Fuiste ese toque infinitesimal

que me unía a Mel y a Black

Y día a día

te agradecía tu amor incondicional

y que no me dejaras sola

Llegar a casa 

y no verte

es un vacío en los ojos

Es una hondura en el pecho

Pero ya no sufrís


Te adoro, Flor

Gracias Gracias Gracias


SEG260423

martes, 5 de julio de 2022

ser

 ser / estar

casi una abominable oposición

en esto 

de ser madre 

Se puede estar "de madre"?

Estar hoy y mañana y pasado y después no

Claro

Sabemos que eso es posible

Cuando aprendemos "ser/estar"

el "ser" define "aquello que no cambia"

Pero, se es madre?

Nunca quise "ser madre"

Adopto ser mamá

y construirme 

diario


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viernes, 6 de mayo de 2022

Paridas

 Parir a dos de una

Con el corazón

Quedarte sin aire

Pero con el alma plena

Y que no te importe más

Que ser feliz

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miércoles, 19 de enero de 2022

cuando

cuando ya desististe

cuando ya ni creías que podía ser

cuando todo pero todo estaba más allá del impensable

se abre

y las voces 

dibujan puertas nuevas en el horizonte

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jueves, 16 de diciembre de 2021

Cierra

 Se cierra

El año Las miradas La locura El decir

Hay un revolotear de silencios en ese todo que no sangra, que redime, que sublima

Y no se sabe

Pero quizá haya un abrir de colores en las palabras

Siempre, pero siempre habrá para decir


SEG 161221

sábado, 28 de agosto de 2021

Irredenta

 Sin más

En todos sus sentidos 

De chiquita

Atada a nada ni nadie

Pero a todo y a todes 

aquello que me importa

Resiliente

Ave fénix

Subversiva jamás en mesa de saldos

Destellante sin proponérselo

Con las tripas en las manos, siempre.

Agradecida hasta a esas mismas piedras por cruzarse

una y otra y otra vez 

en mi camino

y no dejar de aprender

nunca.

SEG 2882021